como conservar el queso en casa

Cómo conservar el queso en casa

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Si eres de los que va al mercado, se enamora de un buen queso manchego o un brie cremoso, lo lleva a casa con toda la ilusión del mundo… y una semana después está irreconocible al fondo de la nevera, este post es para ti. Vamos a hablar claro: el queso es vida, pero también es delicado, y si no lo tratas con cariño, se te puede volver en contra.

1. Cada queso, su mundo

No todos los quesos son iguales, y no todos necesitan el mismo tipo de mimo. Es como la familia: unos aguantan todo, y otros se ofenden rápido.

  • Quesos frescos: tipo burgos o mozzarella. Estos son los más delicados. Siempre en la nevera, bien cerrados y consumidos en pocos días. No perdonan.
  • Quesos semicurados y curados: como el manchego, el gouda o el cheddar. Más resistentes. Aguantan bien, pero también necesitan respirar.
  • Quesos azules: tipo roquefort o cabrales. Intensos, sí, pero también exigentes. Mejor conservarlos aislados del resto para que no “perfumen” toda la nevera.

2. El error más común: el plástico

Sí, lo entendemos. Llegas a casa, abres el queso y lo envuelves en film transparente o lo metes en una bolsa zip. Parece cómodo, pero lo estás condenando a morir lento.

El plástico impide que el queso respire. ¿Qué pasa entonces? Que empieza a sudar, a ponerse baboso y hasta a desarrollar moho antes de tiempo. Lo ideal es usar papel parafinado, papel de horno o papel especial para queso, que lo protege pero le permite transpirar.

Y si no tienes nada de eso, incluso envolverlo en papel de cocina y meterlo en un tupper sin cerrar del todo ya es mejor que plastificarlo como si fuera un ladrillo.

3. ¿Dónde lo guardo?

Aquí viene la gran pregunta: ¿dónde demonios meto el queso?

La zona ideal es la parte menos fría del frigorífico, normalmente los cajones inferiores o la puerta. Evita las zonas donde la temperatura cambia mucho o hay demasiada humedad.

Y si eres tan fan del queso como para tener una quesera de madera o una cava de quesos, entonces probablemente no necesitas este post… pero igual te lo lees por placer, ¿eh?

4. Señales de que algo va mal

A ver, el queso es un alimento vivo (literal). Madura, evoluciona, cambia… y eso no siempre es malo. Pero hay señales de alarma que conviene conocer:

  • Moho no deseado: si aparece moho verde, negro o rosa en un queso que no es azul… mal asunto. Córtalo generosamente (mínimo 1 cm más allá del moho) o tíralo si te da mala espina.
  • Olor fuerte y ácido: una cosa es que huela intenso y otra que apeste. Si el olor te echa para atrás, confía en tu instinto.
  • Textura babosa o pegajosa: si antes era firme y ahora parece una medusa… mejor no arriesgar.

5. ¿Y si quiero conservarlo más tiempo?

Si tienes mucho queso y poco estómago (bueno, eso es raro), puedes congelarlo… pero cuidado: no todos los quesos lo toleran igual. Los curados van mejor que los frescos, y una vez descongelados, mejor usarlos para cocinar (rallados, fundidos, en salsas).

Lo ideal, si compras grandes cantidades, es cortarlo en porciones pequeñas, envolverlo bien y congelarlo en bolsas herméticas. Cuando lo saques, descongélalo lentamente en la nevera.

6. El toque gourmet: saca el queso con antelación

Un último consejo de sibarita: el queso no se disfruta frío. Si vas a servirlo, sácalo de la nevera media hora antes, para que recupere su textura, su aroma y ese sabor que te hace cerrar los ojos de gusto.


En definitiva, si quieres que ese maravilloso queso que compraste con tanta ilusión no se convierta en una bola de moho triste y olvidada, solo tienes que tratarlo como se merece: con mimo, sin prisas, y con los cuidados adecuados. ¡Tu paladar te lo va a agradecer!

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